Llevaba sin coger la cámara semanas o quizá meses, no lo
recuerdo muy bien. Podría decir que no estaba inspirada o que ya no me llenaba
fotografiar. Esta mañana me he despertado y por mi ventana entraba el sol
haciéndome una reverencia, mientras tanto, mi madre me preparaba un café.
Justo en el momento en el que mis pies han
chocado contra el frío suelo, lo he comprendido todo. He entendido por qué los
pájaros cantan, por qué las personas lloramos y reímos, por qué a veces somos
tan “sentíos”. Me fui corriendo al cuarto de baño y me lavé la cara con el agua
tan fría que la piel se me quedó anestesiada por unos minutos. En ese preciso
instante, mi perro vino a darme los buenos días como cada mañana del año, lo
abracé tan fuerte que por un momento lo dejé sin respiración. Me bebí el café y
me comí dos galletas integrales, después hice la cama, me quité el pijama y me
puse un chándal, comodidad ante todo. Acto seguido, destapé el objetivo y
encendí la cámara, miré por el visor, enfoqué y saqué una instantánea parecida
a otra que había fotografiado hace unos años pero, sin duda alguna, ahora la
veo de otra forma; la miro y me pregunto qué he estado haciendo todos estos
años, cómo no he podido entender antes el acto
de liberación que supone sacar una foto justo cuando todo se tornaba
aburrido y mecánico. El corazón me latía muy fuerte, como cuando te ponen un
examen por delante y esperas con ansias que el profesor diga: “Ya podéis darle
la vuelta”.
Podría decir que me he sentido bien conmigo misma disparando
la fotografía, que hace unos días me llenó por completo el libro que me leí y
que justo ahora mi madre acaba de darme un beso de buenas noches. Creo que no
necesito mucho más para saber que poco a poco voy llenando ese vacío que he
sentido durante todo este tiempo, o quizá sea muy ilusa creyendo que estoy “llenando”
el vacío cuando lo que hago es “camuflarlo”, no lo sé. Por ahora, me basta.
Hoy los rayos del sol me han tocado y me han iluminado [en
el buen sentido de la palabra, claro ;) ]