domingo, 30 de septiembre de 2012

Cuerpo dolorido II

[...]


No podía aguantar más el fuerte dolor de cabeza y además notaba mi flujo sanguíneo muy acelerado. Seguía teniendo el sabor de la sangre caliente en mi boca y la hinchazón en la pierna había adquirido un tono amarillento y morado que daba escalofríos sólo con mirarla. Tenía presente a cada segundo que aquél depravado me mataría tarde o temprano, tenía que mentalizarme. Mis ojos se vieron desbordados por dos terribles inundaciones de lágrimas que no me permitían ver nada, me desgarraba estar en aquella situación tan indefensa. Intentaba descifrar por sus gestos y miradas qué intentaba hacer conmigo pero por más que lo estudiaba, menos cosas en claro sacaba.
En ese momento, agarró la vela con paciencia mientras volcaba la cera hirviendo en su brazo, donde anteriormente yo le había herido. No chilló, tan sólo frunció el ceño y pronunció algunas palabras que fueron ininteligibles. Después, se arrancó un trozo de tela del jersey y la fue colocando alrededor de la herida varias veces a modo de venda. Lloré en silencio mientras contemplaba cómo aquél hombre seguía calentando la hoja del cuchillo lenta y maliciosamente.  Se dirigió hacia mí con paso decidido y con el cuchillo en la mano; a cada paso que daba, yo intentaba echarme hacia atrás,  pero topé con la pared así que comencé a gritar y a golpearla. Tenía la esperanza de que María me escuchara y llamara a la policía. 
Justo cuando estaba delante de mí, y notaba su respiración, me empujó contra el suelo quedando bocabajo. Rajó mi chaleco de lana hasta la mitad, dejando media espalda descubierta. Notaba en ella, el frío y la presión de su pierna, no podía moverme. No entendía nada, mi pómulo derecho recibía el frío del suelo que, en parte, aliviaba el dolor y la hinchazón del puñetazo y, por otro lado, provocaba un sufrimiento agudo. Acto seguido, sujetó con su brazo derecho mi cabeza, asegurándose de que quedaba totalmente inmóvil y después colocó aquel hirviente cuchillo en la parte baja de mi espalda, sin consideración y con perversidad. Noté cómo, debajo de la hoja, burbujeaba la carne. Fue, sin duda, el dolor más intenso que pude haber sentido nunca. Creo que aquella quemadura fue peor que si me hubiese prendido fuego a lo bonzo ya que el burbujeo habría sido constante y repartido,  pero notar sólo una quemadura en una zona de tu cuerpo fue, mentalmente, horrible. Cuando despegó el cuchillo, no podía moverme, casi me había quedado paralizada. Me levantó del suelo y aproveché ese momento para propiciarle un buen rodillazo en sus genitales, gritó todo lo que no chilló al echarse la cera hirviente en la herida abierta. Arrastrando la pierna fracturada, me apresuré para llegar a la entrada. Él seguía de rodillas, intentando incorporarse lentamente.
Justo antes de poder girar el picaporte de la puerta de la entrada, me agarró por el chaleco que estaba medio roto y me volvió a tirar al suelo. Era una pesadilla que no se iba a acabar nunca, quizá lo mejor sería que dejara que me hiciese todo lo que tenía planeado, me ahorraría el sufrimiento. Empezó a desabrocharme los vaqueros ¡No me lo podía creer! Iba a violarme, no podía dejar que metiera su sucio miembro en mi cuerpo. Le rogué y le supliqué por favor que parase, sabía que era inútil; me tapó la boca, alguien estaba llamándome desde el otro lado de la puerta.

-¿Hola? ¿niña, estás ahí? He escuchado ruidos. Nada, que no contesta. Voy a tener que coger las llaves que me dejó su madre y comprobar qué demonios ocurre….- Escuché cómo los pasos de María se alejaban y su voz cada vez era más lejana; noté mucho más vacío en mi interior. Chillaba mucho, pero aquella mano se aseguraba bien de ahogar mis gritos. Guardaba la esperanza de que María volviese con las llaves que mi madre le dejó por si ocurría algo en casa y por casualidad,  yo no contestaba o no estaba. Me tranquilicé un poco. Automáticamente, aquél loco me arrastró hasta el salón y para asegurarse de que no escaparía, como había intentado antes, cerró la puerta y la atrancó. No podía abrirla y tampoco podía escapar por la ventana ya que tenía barrotes. 
Escuché la cerradura dar vueltas y la puerta se abrió, María comenzó a llamarme y en cuanto pude gritarle que se alejara corriendo, aquél hombre le apuñaló a sangre fría seis veces. Lo contemplé todo por el cristal. Corrí a la chimenea y cogí una barra de acero que terminaba en punta, la utilizábamos para remover los troncos en el fuego; cuando aquél loco entró en el salón, le abrí la cabeza en dos con toda la fuerza que pude sacar. Los ojos se le desencajaron mientras un reguero de sangre caía por la frente manchando todo el suelo. Dejó caer el cuchillo que rápidamente atrapé, se movía despacio hacia mí. Daba pasos pequeños, me armé de valor y le clavé el cuchillo en el abdomen. Se desplomó encima de mí. Me llené entera de sangre. El pelo, la cara, el chaleco y los vaqueros. Cuando salí al recibidor, María tenía los ojos abiertos, aún podía contemplar en su iris el miedo y la sorpresa, estaba con la boca desencajada  y ya no tenía puesto los rulos; las bonitas ondas que se le habían formado yacían empapadas de sangre. Me resultó terrible todo lo que había vivido. Salí de casa lo más rápido que pude, arrastrando la pierna mientras la lluvia me iba limpiando un poco la sangre.
Y ahora estoy aquí, sentada en esta silla rodeada de policías que no dan crédito de lo acontecido. Han llamado a una ambulancia para llevarme al hospital y también han pedido atención psicológica. Me he reído, creo que ni un psicólogo me va a poder ayudar a olvidar lo que había presenciado. Ver charcos de sangre y las expresiones de María y de Milú, se habían convertido en algo traumático. Lloré por mi perro, nunca más podría jugar con él y también por María. En cuestión de dos horas, mi vida había sido destrozada, casi reducida a cenizas.

martes, 25 de septiembre de 2012

Cuerpo dolorido I



Estaba desayunando una tostada con mantequilla mientras leía el último libro de la Trilogía de Martín Ojo de Plata; era un día nublado, el cielo estaba grisáceo y el olor a tierra mojada que entraba por la ventana me tranquilizaba. Nada más terminé de devorar aquella suculenta tostada y cien páginas del libro, pensé que sería una muy buena idea darme un baño de agua caliente. Más tarde recogería un poco la casa para que estuviese decente ante cualquier inesperada visita. Tras haber pensado esto último, me pregunté quién iba a tener la amabilidad de visitarme un sábado de otoño cerrado en lluvia, así que decidí posponer la limpieza hasta el domingo por la tarde ya que mis padres no llegarían hasta el lunes. Estaba sola en casa y me encantaba. Mi madre se había marchado intranquila, pero yo le repetí hasta la saciedad que disfrutara del fin de semana con mi padre, ¡yo sería la mejor guardiana de nuestra pequeña guarida y si alguien osaba importunarme, blandiría mi espada y le daría muerte al villano! Mi madre se marchó riéndose y diciéndome que aún teniendo casi veinte años, millones de pajaritos habitaban en mi cabeza. Era cierto y no lo pude rebatir, en el fondo había elegido estudiar Magisterio porque encerraba en un cuerpo adulto, la imaginación de una niña. 
Los cristales estaban empañados y fuera hacía mucho frío. Encendí la chimenea con algunos troncos y mucha paciencia; al final terminé llenándome toda la cara de hollín. Mi perro acudió a resguardarse del frío y se colocó delante, casi roncaba del gusto. La tarde fue discurriendo sin acontecimientos importantes, había decidido no ir a la fiesta de cumpleaños de mi amiga ya que el plan no llamaba mi atención y temía pillarme un constipado. A las ocho y cinco minutos de la tarde pensé que el mejor plan para la noche sería comprar Rámen en la tienda china que hay cerca de mi casa. Es una alegría que haya una tienda china abierta dieciocho horas al día cada dos pasos.
De vuelta con mi paquetito de Rámen, me di cuenta que la barriada estaba muy oscura, tan sólo divisaba la silueta de los coches gracias a la poca luz que me ofrecía la luna. Mi vecina de al lado, que siempre está tras la puerta, salió a comentarme que se había ido la luz en toda la manzana y me acompañó a casa para que encendiera una vela, ella me ayudaría. ¡Já! Cómo si yo fuese retrasada y no pudiera hacerlo solita; insistió tanto que accedí. María, que así se llamaba la vecina, era el ejemplo prototípico de lo que conocemos como una señora metomentodo o marujona perdía como digo yo. Llevaba una falda marrón de pana y un jersey de cuello vuelto beige. En la cabeza tenía unos rulos envueltos en una redecilla, era toda una obra de arte digna de contemplación.  Una vez pude echar a María, llamé a Milú, mi perro, pero no apareció por ningún lado. Imaginé que al quedarse solo y a oscuras, se habría asustado y estaría escondido en el último rincón de la casa que estaba en penumbra y daba un pelín de miedo alumbrada sólo por la única luz de una mecha encendida. Al no haber luz, no había electricidad así que me había quedado sin Rámen, qué penita más grande me entró. Justo en ese momento, llamaron a la puerta con dos golpes secos. Abrí muy decidida creyendo que sería de nuevo María,  vendría a preguntarme alguna cosa o a hacerme compañía, pero me equivocaba. Ante mí, había una corpulenta silueta con un chubasquero negro y botas de agua.

-Buenas noches, señorita; debido al actual corte de luz producido en todo el recinto a causa de un cortocircuito, estamos haciendo una revisión en todas las casas para comprobar la tensión ¿Le importaría si entro a comprobar su contador?- me dijo con voz aterciopelada y tranquila.

-Es que, verá usted, estoy sola en cas…- ¡Error! Había dicho que estaba sola.

-Pues por eso mismo, déjeme pasar y comprobar lo que le he dicho, así si vuelve la luz no habrá opción de que se produzca alguna avería.- terminó de decir cada una de sus palabras con una tranquilidad que daba miedo. Intentaba verle la cara pero era imposible debido a la oscuridad.

-No,no gracias. Si eso ocurriese llamaría a la compañía y entonces usted volvería. Que tenga buenas noch…- dije mientras cerraba la puerta pero no pude terminar cuando aquél hombre interpuso su pierna entre el marco y la puerta. Forcejeé con el hombre para cerrarla, y la verdad, no sé de dónde conseguí aunar fuerzas, pero terminé por atrancarla de un empujón; imagino que los nervios y el miedo se unieron para ayudarme. Miré por la mirilla y la silueta seguía fuera, parada, quieta, expectante. En ese momento, un rayo iluminó la entradita y pude contemplar su cara ¡Oh, Dios mío! Era la cara de un hombre retorcido y cruel, de un hombre que no ama a las personas. Era la cara de un loco. Tenía los ojos muy abiertos y la boca un poco torcida. Su voz ahora era la de un psicópata.

-Boniiiiiiita, ábreme que sólo quiero ayudarte. Si no lo haces por las buenas, tendré que ayudarte por las malas. ¿Estás ahí, linda? Seguro que sí, puedo sentir tu respiración y el latir de tu corazón. Es inquietante-suspiró- me encanta provocar ese estado a una persona antes de matarla.

¿Había dicho “matarla”? ¿Es que iba a morir? Aparté por un instante la vista de la mirilla, cerré los ojos y me tranquilicé; cuando volví a mirar, el hombre había desaparecido; fue un susto de lo más cruel y atroz, esperaba que sólo fuese una apuesta, una broma pesada o un sueño. Me pellizqué varia veces pero nada, entonces lloré y me acordé de mis padres, todo sería diferente si ellos estuvieran aquí, y de mis amigos que estarían celebrando todos juntos el cumpleaños de nuestra amiga. Me  resbalé por la puerta hasta tocar el frío suelo y en ese momento escuché un ruido en la segunda planta, quise creer que era el viento o Milú jugando. Me armé de valor, cogí un cuchillo de la cocina y una linterna, después comencé a subir despacio las escaleras. Entré en el cuarto de baño y todo estaba como lo dejé, entré en el cuarto de mis padres y todo estaba tal cual, respiré aliviada. Por último, me adentré en mi habitación que estaba oscura y el viento me daba en la cara; no recordaba haber dejado la ventana abierta. Apreté el cuchillo y enfoqué la pared blanca del cabecero que había adoptado pequeñas hileras de un color burdeo. La sangre chorreaba hasta el suelo y encima de mi cama estaba Milú degollado. Aún respiraba. Se me cayó la linterna de la mano y mis ojos se inundaron de lágrimas. Pensaba que tenía que huir, pero el miedo y el impacto me dejaron anclada en el suelo. Una mano apretó el vientre mientras otra  me forzaba a tirar el cuchillo, después tapó mi boca. Sentí la respiración de aquél loco en mi cuello.

-Shhhh… Ya te dije que si no me dejabas entrar por las buenas, tendría que hacerlo por las malas, no me has dejado otra opción.- me aterraba la forma en que pronunciaba las palabras, con calma y sin titubeo, yo en cambio balbuceaba y lloraba como un niña. En ese momento todo me daba lo mismo; pensé que me degollaría como había hecho con mi perro. No me daba miedo morir pero me horrorizaba sufrir para morir. Esperaba al menos que aquel lunático acabara pronto conmigo, sin contemplaciones como había hecho con mi fiel amigo.
Poco a poco fue quitándome la mano de la boca mientras me advertía que no gritase. Entre hipidos y lágrimas, le hice caso. Me limpió las lágrimas pasando su sucia y asquerosa lengua por ellas. Toda la rabia se me acumuló en el estómago y en un descuido, cogí el cuchillo del suelo y se lo clavé en el brazo izquierdo. Salí de la habitación corriendo mientras aquél hombre me maldecía y la ira se apoderaba de él. Bajé corriendo las escaleras mirando hacia atrás constantemente para ver si me seguía. Tropecé y caí rodando, escuché el crujido de mi pierna izquierda.  Intenté levantarme pero las fuerzas habían mermado, era imposible correr. Había sólo diez pasos hasta la puerta de la calle, con suerte y mucha rapidez podría salir a la entrada y gritar para que los vecinos se enteraran. Justo cuando comenzaba a arrastrarme, un puñetazo fue a parar a mi pómulo derecho y noté un regusto a hierro en mi boca. Un hilillo de sangre caía por la comisura de mis labios y manchaba la alfombra gris.  
Me incorporé como pude y justo delante mía estaba aquél loco que me había roto el labio superior. Comenzó a reírse mientras me cogía de los pelos y me levantaba del suelo bruscamente. Mi cuerpo temblaba, dos segundos después me dejó caer de nuevo produciéndome un terrible dolor en mi pierna rota. Chillé como nunca antes había chillado. Miedo, dolor, angustia, nervios, quemazón y soledad. Todo aquello lo sentí en mi estómago. No entendía qué quería de mí, si hubiera intentado violarme ya lo habría hecho, de la misma forma, si hubiera querido matarme también lo habría hecho. ¿Le gustaba ver sufrir a las personas? ¿A caso era uno de esos psicópatas que salen en las series americanas y disfrutan provocando dolor a personas indefensas? Sollozaba en el suelo, esperando recibir otro golpe o alguna patada. Me cogió ambas piernas y me arrastró por todo el salón mientras yo forcejeaba y gritaba para intentar liberarme de aquellas manos que me presionaban los tobillos y me provocaba un fuerte dolor en mi fractura, hubiera aullado de dolor pero comprendí que quizá eso le gustaría, así que ahogué mi grito. Lo perdí de vista un momento que aproveché para pedir auxilio, quizá con suerte, alguien  pasara cerca de casa y me ayudaría. No veía nada, tan sólo la vela que seguía encendida encima de la mesa. Giré mi cabeza y contemplé que aquel loco despiadado estaba sentado en el sillón jugueteando con el cuchillo. Se incorporó y cogió la vela para calentar la hoja lenta y maliciosamente. No sabía qué pretendía pero sentí muchísimo miedo, hubiera deseado haber muerto antes de saber todo lo que me esperaba.

(...)


¿Continuará? 

sábado, 22 de septiembre de 2012

Tímidos anónimos


Esta película, Tímidos anónimos o Les emotifs anonymes en francés, me hizo reír y pensar durante un rato. He descubierto que soy tímida y yo sin saberlo, a pesar de que todo el mundo me alaba la capacidad de expresión y el desparpajo, me pierde la corrección y el saber estar por lo que puedo dar la impresión de ser una muchacha "algo" tímida en una determinada situación.
Muy recomendable si buscas apagar el dvd o el ordenador con una sonrisa y con ganas de comerte una onza de chocolate.

Huuumm!!


domingo, 9 de septiembre de 2012

Acetre

Concierto Higuera la Real- Badajoz 4/08/2012


(...)
 " O minha pombinha branca
  Ven depressa ao meu jardim
salpicadinha de flores
Pra ver meu amor partir.

Quando os meus olhos te viram
Meu coraçao se alegrou
Na cadia dos tus braços
Minha alma pressa ficou."

He crecido con este grupo extremeño de música folk gracias a mi padre. Si él me acercaba en coche al cine cuando quedaba con mis amigas, escuchábamos Acetre. De la misma forma, cuando viajábamos,  escuchábamos Acetre. Mientras mamá preparaba la comida, él ponía la cinta en el equipo de música y fumaba mientras yo leía o simplemente disfrutaba de la melodía.
Creo que desde pequeña siempre he tenido mucha estimulación por la música, el arte y la lectura. He crecido en una familia tranquila, en la que todos nos respetábamos y seguimos respetándonos. La confianza es fundamental, desde luego.
A veces, me entran mis dosis de independencia futuras y me encantaría poder irme lejos sin que nadie me molestara, pero después lo pienso fríamente y sé que si lo hago me daría mucha pena.


Aprendamos a aprovechar el presente y a disfrutar de un futuro que aún no sabemos cómo será. Tengamos la convicción de vivir . Dejemos de mirar constantemente al pasado que a veces nos aturde y entonces podremos afrontar todas las adversidades que aparezcan con el más noble corazón.