lunes, 5 de marzo de 2012





Cogerte entre mis manos
y sumergirme de lleno en la lectura
es, sin ninguna duda, el placer de la lectura.


(...)


Últimamente soy una “ratoncilla” de biblioteca, me conozco desde el primero hasta el último libro que hay en la polvorienta librería del salón, por no hablar de los que se amontonan en mi mesilla de noche. Comienzo uno y lo devoro pero como me quedo con ganas de más, empiezo otro.

Normalmente leo cuando toda mi familia duerme. Enciendo la lamparita de mi cabecera, me acomodo en el cojín y disfruto de una agradable velada que se puede extender hasta altas horas de la noche. Creo que experimento la misma sensación que un catador de vino cuando el vino roza sus labios y paladea su intenso sabor. ¡Qué pena que no haya un trabajo en el que te paguen por “degustar” libros!

Este mediodía me ha pasado algo increíble. Tras una agotadora jornada en la facultad me dispuse a coger el autobús; como rutina, saludé al conductor y piqué con el bonobús. Me senté en el primer asiento que encontré libre, ni siquiera miré a la persona que estaba sentada en el otro asiento para decirle hola y dedicarle una sonrisa. Iba deseosa de retomar la novela que había dejado en pausa y necesitaba reanudar. Como es lógico, me he pasado de parada pero creo que las cosas ocurren por algo, ¿destino? Quizá.

Cerré el libro rápidamente y me apresuré a levantarme del asiento para ir a la salida, albergaba la esperanza de que me viera el conductor, parase y yo pudiese bajarme. Pero no fue así. Decidí volver a sentarme, y con tranquilidad, coloqué el separa páginas entre la página doscientas cincuenta y seis y la página doscientas cincuenta y siete, cerré el libro y  lo guardé en la mochila; justo en ese momento en el que la cremallera de mi maleta se había quedado estancada y no iba ni hacia arriba ni hacia abajo, un hombre-de unos cincuenta y pico de años- me habló y me recalcó el buen gusto que había tenido a la hora de escoger esa novela. Me quedé pasmada porque el hombre me había dirigido la palabra cuando yo ni siquiera le había saludado, me retorcí de rabia porque yo siempre saludaba y a veces la persona que tenía al lado ni me contestaba y hoy había sido al revés.

Daba la casualidad que él se bajaba una parada después de la mía- de no habérmela pasado, él no me hubiera recalcado mi buen gusto para escoger novelas - y fuimos charlando un rato. Le expliqué qué estaba estudiando, él me comentó lo que había estudiado. También nos dio tiempo de intercambiar filosofías de vida- aunque la suya era mucho más coherente, imagino que por la edad-. Me dio tantísima pena cuando me tuve que despedir de él que le dije con entusiasmo que ojalá volviéramos a coincidir en el autobús, en la calle o en el súper del barrio.  Él tomó su camino y yo tomé el mío pero de alguna forma creo que esos minutos que duró nuestra conversación me han hecho replantearme las cosas de otra forma.

No sé cómo te llamas ni tampoco dónde vives exactamente solo sé que nos volveremos a encontrar y seguiremos charlando con tanta tranquilidad como lo hemos hecho hoy.

1 comentario:

  1. Sabes que igualmente a mí me encantan esos momentos. Y todo por la lectura. Siempre he pensado que los libros tienen algo de místico :)

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