domingo, 4 de marzo de 2012




La luna se ocultaba entre las nubes por lo que a veces veía mi habitación perfectamente iluminada y otras, la veía en la más profunda penumbra. La puerta estaba entornada y la ventana abierta. Se escuchaba una suave melodía integrada por el canto de los grillos y el susurro del viento al mecer las hojas de los árboles.

Cada vez iba adentrándome más y más en mi placentero sueño hasta que por fin, caí en brazos de Morfeo. El viaje, desgraciadamente, no duró todo lo que a mí me hubiera gustado ya que escuché un estruendo tan  grande que hubiera podido despertar a toda la humanidad.  Al desvelarme decidí levantarme y beber un poco de agua para calmar la sed y el calor que tenía mi cuerpo. Sin pensarlo dos veces vertí  parte del agua sobre mi cabello.

El insomnio  se apoderó de mí y entonces supe que no sería tan fácil volver a conciliar el sueño. Decidí salir a la calle para observar a la dama que cada noche se alza gloriosa en el cielo, era preciosa, creo que nunca vi una luna parecida a esa. Estaba redonda, completa y brillaba más que de costumbre. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo así que decidí  ir a coger una sudadera;  intenté no demorarme demasiado para contemplarla de nuevo pero cuando llegué, la luna se había desintegrado. Ya no estaba.

Salí corriendo en dirección a la plaza del pueblo para subir a la torre de la iglesia y poder buscarla pero mi propósito no dio resultado. Me ahogué en la pena y lloré, pensaba que no era posible que esa luz hubiera desaparecido y no me hubiera podido despedir de ella.

En mi cabeza sonaba Claro de luna pero esta vez era un réquiem. 

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