La luna se ocultaba entre las nubes por lo que a veces veía
mi habitación perfectamente iluminada y otras, la veía en la más profunda
penumbra. La puerta estaba entornada y la ventana abierta. Se escuchaba una
suave melodía integrada por el canto de los grillos y el susurro del viento al
mecer las hojas de los árboles.
Cada vez iba
adentrándome más y más en mi placentero sueño hasta que por fin, caí en brazos
de Morfeo. El viaje, desgraciadamente, no duró todo lo que a mí me hubiera
gustado ya que escuché un estruendo tan
grande que hubiera podido despertar a toda la humanidad. Al desvelarme decidí levantarme y beber un
poco de agua para calmar la sed y el calor que tenía mi cuerpo. Sin pensarlo
dos veces vertí parte del agua sobre mi
cabello.
El insomnio se
apoderó de mí y entonces supe que no sería tan fácil volver a conciliar el
sueño. Decidí salir a la calle para observar a la dama que cada noche se alza
gloriosa en el cielo, era preciosa, creo que nunca vi una luna parecida a esa.
Estaba redonda, completa y brillaba más que de costumbre. Un escalofrío
recorrió todo mi cuerpo así que decidí
ir a coger una sudadera; intenté
no demorarme demasiado para contemplarla de nuevo pero cuando llegué, la luna
se había desintegrado. Ya no estaba.
Salí corriendo en dirección a la plaza del pueblo para subir
a la torre de la iglesia y poder buscarla pero mi propósito no dio resultado.
Me ahogué en la pena y lloré, pensaba que no era posible que esa luz hubiera desaparecido
y no me hubiera podido despedir de ella.
En mi cabeza sonaba Claro de luna pero esta vez era un
réquiem.
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